sábado, 8 de octubre de 2016

Entregarlo todo.

¿Qué somos? Es la pregunta que da pie a todo esto. La pregunta es realmente sencilla, lo difícil es la respuesta.
      ¿Somos un beso? Si somos un beso, ojalá que no sea un vulgar beso en la boca, tan ordinario y común que resulta un insulto a todo este romance. Si somos un beso, que sea uno en la mejilla, en la comisura de los labios, en el cuello tibio o el vientre terso. No hay que caer en el juego de lo simple, esa manera tan trivial con la que se aman las parejas de hoy. Si somos un beso, que sea uno que llegue hasta los huesos y perturbe el alma, que evite que duermas y te deje la sensación de haberlo vivido todo. Si somos un beso, que sea el beso infantil, lleno de un cariño sincero e ingenuo, tímido y electrizante.
     ¿Somos un instante? Si somos un instante, que sea aquél en el que se creó el mundo, instante lleno de explosiones, estruendos y bombazos estelares. Si somos un instante, que sea el de un nacimiento, momento exacto en el que se conoce la luz y se ve todo como un bello misterio. Si somos un instante, que sea el segundo antes de morir, porque está lleno de memoria y se vuelve una eternidad, porque entonces seremos tan sabios que no necesitaremos de los demás. Si somos un instante, ojalá que sea el más largo de la historia.
     ¿Somos una realidad? Si somos una realidad entonces hay que tener cuidado. Todo lo auténtico tiene siempre algo de tenebroso. Si somos una realidad entonces hay que pisar firme y sin titubeos, a estas alturas la duda podría considerarse un verdadero pecado. Si somos una realidad entonces hay que desgastarla, consumirla hasta volverla algo fantástico y sobrenatural.
     Niña mía, te confieso algo, me han dicho que me cuide de ti, que si no pongo atención puedo acabar en un abismo. Eso se rumora entre algunas bocas sinceras, y lo admito, creo que tienen razón. Dicen que eres mala como el demonio mismo, que disfrutas con los juegos de seducción y después te largas en busca de una nueva víctima. Dicen que detrás de ese par de ojos tan dulces escondes el mayor de los martirios, que en tus besos se esconde una red de tortura inimaginable, que acaba con uno lento, tan lento que puede sentir su corazón volverse trozos, despacito, sintiendo el ardor en las venas.
     Dicen, eso dicen. En pocas palabras, dicen que soy un pendejo, que este intelecto no va de acuerdo a mis decisiones, que cuando elijo algo pareciera que tengo basura en lugar de cerebro. Dicen que no veo más allá de mis ojos y que cuando veo, lo hago hacia el lugar equivocado.
     Dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Así que, niña mía. si a final de cuentas me equivoco y el resto tiene razón, si al final de todo me destrozas y me desechas, espero que esto suceda sólo después de haberlo entregado todo.


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Quiero llevarte al cielo en los brazos de un Agosto sin prisa, quiero sentir la brisa robarle al sol la sonrisa como lo hacía el abuelo...