viernes, 1 de diciembre de 2017

Mujeres y otras deidades (II)

[...] Dios, sereno e imperturbable, con toda la justicia digna de un tirano, en un chasquido acabó con sus vidas. Ambos cuerpos quedaron enlazados, esparcidos sobre el suelo, sin más rastro que el de una vida bien vivida.

     Lo que Dios desconocía era que esa mujer estaba llena de pecados, mismos que le otorgarían su entrada al infierno. Había librado una simple batalla contra un mortal, era cierto, pero una más grande le aguardaba contra el demonio...
     

     SEGUNDA PARTE: UN ENCUENTRO CON LA MUERTE

—¿Quién lo diría, no? Todo mundo piensa que Dios actúa con sensatez, que castiga sólo aquello que atenta contra la bondad, contra la vida, contra el amor... Es cierto que no he sido buena, que soy más llamas que cielo, pero ¡Vamos, he hecho cosas peores, cosas realmente fuera de lugar! ¿Y matarme por un beso, por su simple egoísmo? No cabe duda, ni Dios mismo puede controlar el amor. Quizás vaya siendo hora de quitarlo del puesto, quizás sea tiempo de que se de cuenta que su omnipotencia no es invencible, que, como todo y todos, es vulnerable...

     La chica estaba extasiada. No comprendía cómo pero sabía que Él era el culpable. Lo supo por la manera en que estrujó su corazón hasta destrozarlo, su mano divina le había hecho sentir una energía impresionante, el mayor orgasmo que nadie le había otorgado. La Muerte la escuchaba furiosa; pese a todo el historial de pecados que cargaba consigo, sentía que no era hora de que aquella mujer visitara el infierno, que si había nacido para pecar, lo menos que podía hacer era envejecer con ello, viviendo con la misma intensidad con la que lo había hecho hasta entonces. 

     —¿Y por qué es que llorabas?
     —Porque de eso se trata, de sentir. Mis lágrimas no eran porque las cosas salieran mal, o por mis malas notas en la universidad o por los problemas en casa. Nada de eso. Si lloré es porque lo necesitaba, porque me aturde la felicidad eterna, porque no se vive de un sólo sentimiento. ¿Te imaginas? Toda una vida con una sonrisa en el rostro, o con el ceño fruncido o la mirada triste, ¡No lo lograría! No soporto la monotonía ni las repeticiones. Es por eso que cambio continuamente de rumbos. A veces mi camino lleva alcohol, otra veces drogas, amores pasajeros, triunfos deportivos y escolares, malas rachas, corazones rotos o incluso tardes de cama, café y libros. Y lo mejor de todo es que es mi decisión. Yo sé cuando quiero y cómo quiero hacer las cosas. Nadie me domina, ni siquiera la menstruación. Es cierto, a veces fastidia tanta intermitencia, pero es mejor que la rutina.
      —Ojalá puedas decir lo mismo entrando en el infierno... 
      —Las ganas me están matando. 

      ¡Qué extraña era esa mujer! Todo aquél que llegaba lloraba por su deceso. No paraban de decir que no era justo, que no habían terminado de ser felices, que no habían hecho lo que alguna vez se propusieron, que los devolvieran a la Tierra. Todos prometían arrepentirse, dejar los malos actos y ver por los demás si los dejaban volver a la vida. Después de todo la Muerte también funcionaba como sacerdote, no había quien se despidiera sin confesarse con ella antes.

     —¿Crees que te hayan faltado cosas por hacer en vida? 
    —Por supuesto que sí, pero te puedo asegurar que hice más en veinte años que muchas personas en toda su miserable existencia...
     —No te recomiendo que digas eso frente a los individuos que te acompañarán al lugar a donde vas...
     —¿Y qué importancia tiene? Ya estoy muerta de todas formas
      
     Le agradaba su actitud temeraria. Le agradaba que no le tomara importancia a sus comentarios y la seguridad que imponía. Hubo un momento en que sus ojos atravesaron los suyos, nadie antes había logrado encontrarlos debajo de esa oscuridad que representaba un falso cráneo. Sintió miedo y admiración. "Será mejor que nos vayamos", le dijo. La condujo hasta el abismo, y una vez que la dejó ante sus puertas, salió con prisa para encontrar a Dios. Una rabia incontenible la sedujo, dispuesta estaba a enfrentarlo. Sabía que las oportunidades eran pocas, pero ¿qué sentido tendría luchar si de antemano conoces la victoria?  

     [...]

     —¡Qué carajos te sucede!— aulló la Muerte.
     —Apuesto a que también te has enamorado de ella— respondió Dios con voz retadora. 
     —¡No seas absurdo, ella no merecía morir, no tienes derecho! 
     —No necesito ningún derecho, que no se te olvide. Yo no me rijo por leyes humanas, los tontos son ellos por creer lo contrario. 

     Escuchando esto la Muerte tomó su guadaña. Sin pensarlo arrojó con todas sus fuerzas una embestida que hirió el brazo de Dios. Lo intentó dos veces más pero ya no tuvo la misma suerte. Él, con un sólo movimiento, enfurecido y desubicado la tomó por el cuello con fuerza. "Tienes tres segundos para arrepentirte, dos más para arrodillarte y a partir de entonces, cinco para largarte" sentenció. "¿Y qué importancia tiene? Soy la Muerte después de todo...", respondió, siguiendo el ejemplo de su nueva dueña. 
  
     En un último zarpazo, Dios acabó ella.
     El fallecimiento de la Muerte, la condenaba a comenzar con una vida.
     


lunes, 23 de octubre de 2017

De Miedos, Sueños y Odios (DMSO)

Prometo con mi vida que no intentaré nada—, dije. Ella accedió. Tomé mi mochila, metí un par de libros y salí rumbo al hospital. Hacía una semana que la habían internado por un extraño efecto que le había producido el DMSO que utilizaba como medicamento. Aún no se tenían noticias particulares de lo que ese detalle implicaría, pero habían recomendado evitar las visitas, debido a que algunos doctores y enfermeras presentaban náuseas y repentinos desmayos al permanecer largo tiempo dentro de la habitación de María. Esa misma semana ella se había decidido a terminar nuestra relación, porque simplemente ya no daba para más. Por ello, cuando supo que quería visitarla, me hizo prometerle que nada intentaría, porque nada conseguiría.
     Pese a todo decidí intentarlo. No sabía bien como, pero tendría que encontrar la manera de entrar a verla y estar a su lado. El miedo me carcomía el alma, si habían prohibido las visitas era porque algo grave sucedía, algo con lo que la medicina no se había enfrentado antes. Misterioso caso. A decir verdad, todo en ella era misterio; cada centímetro de su cuerpo, su mirada, las pocas veces que emitía un pensamiento, las muchas otras en que decidía callarlos, todo en ella eran secretos que intimidaban y al mismo tiempo te incitaban a vencer ese miedo. Jamás se sabía con ella, un día podía llenarte de amor, abrazarte, besarte, y al otro podía odiarte con todas sus ganas, mostrarse indiferente, renegando de caricias y cariños. Ese era, quizá, el mayor miedo al que me ataba, pensar que un día cualquiera se largaría con todo mi sentir, sin decir nada, sin explicar nada, se largaría discreta, fugaz, impasible, se largaría porque sí, porque nada podría hacer yo para evitarlo. Y se fue, pero ahí estaba yo, sin ánimos de darme por vencido.
     Recordé la noche en que, previo a la cita en que nos haríamos novios, soñé con ella. Era una nada eterna, todo era blanco y vacío. Estábamos en medio de todo, observándonos. Su aroma dulce revoloteaba alrededor formando espirales cada vez más profundos y perfectos, su cabello se acomodaba en la forma exacta en que se encontraba cuando la conocí, sus manos, tan frías y delgadas, sostenían mis mejillas con ternura. Mi mano derecha reposaba sobre su pecho, escuchando el latir de su corazón; "Es así como como el frío quema, es así como los locos aman", me había dicho. Un fuego repentino salió de sus dedos y encendió mi rostro, yo no quería alejarme, era justo lo que estaba buscando. Me acerqué con ternura hasta postrar mis labios sobre el lunar de su boca y contagié mis llamas en todo su ser. El calor era tal que creció repentinamente en unos segundos. Cada vez se hacía más intenso, más y más intenso. Tan sólo unos instantes después, todo el vacío que nos rodeaba colapsó en un espectáculo de luces y centellas, nuestros cuerpos, enlazados por simples partículas, entendieron lo que había sucedido: nos habíamos convertido en Sol.
     Desperté con una sonrisa ilusa e incrédula, sin saber que ese día la vida me enseñaría que los sueños podían hacerse realidad. 
     Un zumbido en mi teléfono interrumpió mis recuerdos; el mensaje era claro: "No vengas, las cosas se han complicado". Eso era lo que más odiaba de sus acciones, la terrible intermitencia en la que me hacía vivir. Siempre que tomaba una decisión, no tardaba en arrepentirse. No podía sostener con firmeza resolución alguna, cambiaba de planes en el último minuto o simplemente se negaba. No por capricho sino por falta de agallas. Después de todo, la cobardía es el talón de Aquiles hasta de las personas más duras.  No detuve el auto. 
     Seguí andando hasta llegar a la calle donde se encontraba el hospital, donde no pude avanzar más, pues un montón de gente y agentes policiales impedían el paso. Bajé del vehículo sin pensarlo y avancé sin cuidado. A lo lejos se veía a todo el personal médico y pacientes desalojando el edificio. Unas cuatro o cinco personas se encontraban inconscientes y siendo atendidas por quién sabe qué cosa. 
        —No puedes entrar, hijo—, escuché, mientras alguien ponía su mano sobre mi hombro. Se han detectado severos problemas de intoxicación en el área inexplicablemente causados por una paciente, es mejor que regreses a casa. 
     Ni siquiera había terminado de decir la frase y yo ya había corrido a la puerta. Sabía que era ella quien estaba adentro. Sabía que era ella y no necesitaban prevenirme de peligro alguno. "¡Detente, ya han muerto tres personas a causa de ello!¡Detente, con un carajo!". No frené. Nadie me seguiría, pues el temor de entrar a buscarme era mayor que cualquier intento por cumplir la ley. Abrí las puertas con un empujón y, sin saber a dónde me dirigía, corría hasta llegar a la habitación deseada. Fue como recibir mensajes telepáticos que me guiaron a mi destino. Entré, ahí estaba ella. El cuarto era un desastre, papeles por todos lados, gasas, guantes, sábanas. Todo yacía en el suelo sin orden alguno. Las paredes permanecían blancas. Una jeringa llena de sangre se encontraba al borde de su cama, con extraños cuerpos flotantes de color amarillo sobrenadando en ella. 
       —¡Vete!
       —No iré a ningún lado
       —¡Eres un tonto, lárgate de aquí!
     Su piel estaba envuelta en un sudor aceitoso. Brillaba. Brillaba como en el sueño. 
       —¡Vete, vete, vete!—, gritaba desesperada. 
     Me acerqué a ella, estaba empezando a perder el conocimiento. Di un último paso y caí rendido sobre ella. "¡Eres un tonto!", escuchaba, mientras sus manos se postraban en mis mejillas. Las acariciaba en un intento desesperado por devolverme la conciencia. "¡Te odio, te odio mucho!". En un último esfuerzo levanté mi mirada hasta topar con la de ella.     
     Prometiste con tu vida que no intentarías nada dijo, ya con lágrimas en los ojos.
     —Vale la pena morir por lo que uno ama respondí, mientras ocupaba mi último aliento para alcanzar sus labios. Mi mano derecha reposaba sobre su pecho, escuchando el último latido de su corazón, escuchando el silencio que nos convertiría en Sol...

     Besarla significó vencer el Miedo, cumplir un Sueño y tragar mis Odios. Besarla fue la mejor manera de autodestrucción. 



domingo, 1 de octubre de 2017

Opciones

Si vas a hacerlo, hazlo sin pena, sin prejuicios, sin temor. Si vas a hacerlo, deja el alma en el acto, no te fijes en los que te observan, sólo avanza, avanza, avanza hasta quedar satisfecho. Si vas a hacerlo, deja de pensar si es bueno o malo, déjate llevar, déjate caer, ¡comienza a sentir! Si vas a hacerlo, hazlo sin más, no busques pretextos, no te impongas obstáculos que no estés dispuesto a superar, no lo dejes para la próxima semana, ni siquiera para mañana; el tiempo, en esta vida, es lo más valioso. Si vas a hacerlo, que nada te importe más que lograrlo. Incluso si crees que es tiempo de rendirte, hazlo si así lo quieres, no des avisos ni pidas permisos.

     Si vas a amar, evita los consejos, no escuches palabras de corazones ajenos, ellos nada saben del amor, no del que tú sientes, al menos. No intentes seguir otros pasos, historias de éxito, finales felices. Si vas a amar, no esperes la aprobación de tu amigo o de tus padres, que te importe un carajo que te digan que no te conviene, que tu pareja es mala influencia, que su carácter es horrible, que está demente. Sobre todo si está demente. La cordura hace mucho que está sobrevalorada. El mundo, hoy por hoy, es de quien piensa menos y siente más. Llámense anarquistas, artistas, químicos o bomberos. Incluso aquellos que hoy están el poder, ellos tiranos, ellos abusadores, ellos que dominan se dejaron llevar por el sentimiento, el placer monetario y el bienestar. Si vas a amar, más vale que luches por ello, que permanezcas firme pese a los golpes, que te levantes hasta conseguirlo. Si vas a amar, no te disculpes por las consecuencias, ten por seguro que cosas aterradoras surgirán por el atrevimiento, ten por seguro que habrá heridas, cicatrices, fuego, explosiones, multiversos, dioses escandalizados, religiones reprochando, oportunistas acechando, amistades desfalleciendo y todo, todo eso debes dejarlo atrás, porque ningún precio es demasiado alto ante el privilegio de hacer o tener lo que amas. 

     Si vas a amar, hazlo rompiendo esquemas. ¡Fuera sotanas, fuera hábitos, fuera uniformes! Si eso te impide querer, arráncalo, dile a Dios que no tienes tiempo para jugar al santo, que en casa te espera una mujer hermosa, hijos, familia. Dile que serás homosexual, que esta noche no te moleste porque harás el amor aunque se enfade. 

     Si vas a amar, hazlo aunque sea prohibido. Si ya pecaste en otras tonterías, qué mas da hacerlo por amor. Hazlo porque te arrepentirás si decides lo contrario. Hazlo por ti, para que sientas más de lo que sientes ahora, para que tu cuerpo se llene de emociones, para que puedas llegar a viejo sin miedo a que te falte algo, para que el día en que te marches, dejes grandes lecciones a quienes seguían tu camino. 

     Si vas a amar, toma mi mano y llévame contigo.




miércoles, 23 de agosto de 2017

Mujeres y otras deidades (I)

PRIMERA PARTE: EL DÍA QUE DIOS SE SENTÓ A OBSERVAR

Sentado al filo de la mesa, con una copa de vino rotando con su muñeca, Dios observa.

     Aquella mujer llora. No grita ni patalea, sólo lagrimea de a poco, delicado. La humedad en sus ojos le va bien, brillan más que nunca; como la lluvia que cae junto con los rayos del Sol o el faro que alumbra a las orillas del mar. Ella, sentada en el borde de una ventana con barrotes, mira hacia un todo en busca de razones, sin saber que su misma imagen le muestra presa, atrapada en una realidad podrida y escandalosa. Sus pestañas, puertas abiertas e inmensas, ceden ante el peso de la tristeza, cerrándose con tranquilidad. La luz que ilumina la mitad izquierda de su cuerpo resalta con sensualidad la oscuridad del otro extremo. Esa parte, la oscura, es la que hace estremecer a Dios cuando piensa en ella. Esa parte que está llena de afición por el alcohol, las fiestas y el ruido. Su inestabilidad, la facilidad con la que se pierde ante lo superficial, las palabras sin respeto que fluyen por su boca, cada maldito milímetro de vulgaridad que rodea su presencia le deja quieto y pensativo.

     Desde luego, su luz fue lo que le atrajo. Encontrarse con esa mente brillante, dotada de la inteligencia más espectacular que jamás predijo, más grande que la de él mismo, inmensa como el universo, encontrarse con ese detalle único en medio de tanta impureza provocó su demencia.

     Ella seguía allí, con las lágrimas ya secas que dejaron marcas en su rostro. De pronto sus ojos se iluminaron, fue como ver un nuevo big-bang en sus pupilas. En ese instante el todopoderoso dejó de serlo, bajó su copa mostrándose vulnerable, aquél resplandor le hipnotizaba, como lo hizo Eva alguna vez. Entendió que el precio de la vida eterna era sucumbir de vez en cuándo ante una mujer, por motivos distintos, labios distintos, caricias distintas, poco importaba, la relatividad también aplicaba al amor. Su querer guardaba en él un pedazo de cada beso, cada aroma y cada recuerdo de una mujer diferente. Jamás se olvida, sólo se recuerda menos.
   
     La euforia cesó cuando un hombre apareció a su lado. Le sonreía, le acariciaba la mejilla mientras mencionaba "todo irá bien". Ella asintió y se abalanzó sobre sus brazos. No lloró más, se sentía protegida dentro de su abrazo. Dios observaba, ya no era feliz, pero seguía tranquilo. El hombre deslizó sus dedos hasta llegar a su barbilla, subió a sus labios y se detuvo. Jugó con ellos, rodeándolos en un camino estratégico lleno de seducción. Regresó a la barbilla y la levantó con dulzura. Sus rostros quedaron de frente, sin escapatoria, no había lugar para nada que no fuera un beso. Se acercaron de a poco, delicado. Destellos estelares salieron disparados al momento del choque, primero suave y luego imparable, irreparable, infinito. Había pasión en ese encuentro, era allí donde yacía enérgico el sentido de la vida. Aquél individuo levantó la vista y como si el amor fuera un acto divino, encontró la de Dios. Ninguno se impactó, permanecieron impasibles y retadores. En los ojos de Dios podía verse reflejado, aunque profundo y escondido, el dolor de la derrota. Él lo sabía y desde el suelo terrenal le anunciaba que ese momento jamás sería suyo. Por primera vez el creador era vencido por la creación. Por primera vez un humano había retado a la divinidades y había salido victorioso.
   
     Dios, sereno e imperturbable, con toda la justicia digna de un tirano, en un chasquido acabó con sus vidas. Ambos cuerpos quedaron enlazados, esparcidos sobre el suelo, sin más rastro que el de una vida bien vivida.

     Lo que Dios desconocía era que esa mujer estaba llena de pecados, mismos que le otorgarían su entrada al infierno. Había librado una simple batalla contra un mortal, era cierto, pero una más grande le aguardaba contra el demonio...
     





jueves, 20 de abril de 2017

Alergias

Soy alérgico al polvo, ese que nace de poco usar la mente, aquel que se acumula en los proyectos abandonados y los sueños envejecidos. Me da tristeza ver como un deseo queda atrapado entre telarañas y podredumbre. Ese maldito polvo que se convierte en montañas, que se acumula y vuelve al cerebro un pantano, que no hace más que crear desechos mentales y basura cultural. Soy alérgico al polvo ajeno, ese que sale de entre el gentío y vuela con el aire, que rodea cada rincón de la ciudad, del país y del mundo. Soy alérgico al polvo de los genios, ese que surge de puro desperdicio de talento, como el que rodea a los libros en desuso, o a los lápices, o al pincel o a los botines de un danzante. 
     Soy alérgico al conflicto y a las discusiones sin argumento, a cada palabra que sale como un grito desesperado por tener la razón, al caos burdo y los silencios cobardes. Soy alérgico a las revoluciones populares, a las naciones de borregos y el pensar ciego, a la monotonía y las copias, a la falta de dureza y de convicciones, a la ligereza, a la poca firmeza y al titubeo constante. 
     Soy alérgico a los insectos, esos que te fastidian con comentarios ridículos y zumbidos fastidiosos. Me salen ronchas de sólo sentirlos cerca. Generalmente sólo buscan joder, el momento adecuado para aplicarte una picadura que te frene, oportunistas sin remedio. 
     Soy alérgico al fracaso. Una sola derrota puede tumbarme por un par de días y alterar el funcionamiento de mi cuerpo. Si caigo, el descalabro es casi mortal, me deja sangrando y con el corazón ardiendo, el rostro gacho y decaído. Pero también sirve como vitamina, una vez recuperado me levanto con mayor fuerza, como si hundirse en realidad fuera impulsarse, y mientras más hondo se caiga más arriba llega el vuelo. Soy alérgico a las victorias simples, aquellas que llegan sin mucho esfuerzo o como un regalo. Cada vez que llegan suelo expulsarlas en un estornudo, no por malagradecido sino casi como un proceso natural. Victoria sin lucha sabe a jarabe. 
     Soy alérgico a algunas fragancias: al hedor de la distancia rasguñando mi piel solitaria, al perfume del sonido cuando sólo quiero paz y al aroma de los sueños, que sólo son sueños y no más. 
     Soy alérgico al tiempo, y este es la alergia más letal de todas, porque sé que tarde o temprano, acabará con mi vida. 
     Soy alérgico a los amores pasajeros y sin embargo, es el mal que más me ataca. No muestra piedad pese a mi resistencia a que exista, no es mortal pero sí insoportable. Causa mucha comezón y bochorno y debo admitirlo, a veces es placentera. Soy alérgico a querer poco, a no sentir, a no sufrir, a no vivir. 
     Niña mía, soy alérgico a ti y sin dudarlo, moriría intoxicado entre tus brazos...

                             Resultado de imagen para surrealist photography black and white

domingo, 12 de marzo de 2017

Adiós

«Te tengo en el cajón de los recuerdos
también el de los olvidos;
en el de los sueños rotos
y el de los sueños cumplidos»
—Rapsusklei


Pues no, después de todo no somos, no seremos, no pudimos. Quizás fui yo, o tal vez tú, ambos o ninguno; quién sabe. Pero aquí estamos, cada uno en su polo, viviendo en nuestro círculo, ese que nadie ha atravesado de verdad, que en sus límites guarda un montón de historias agradables pero secas, historias que hipnotizan pero no conmueven, que hacen ruido pero nada dicen, que se lloran pero no se sienten. Que lamentable tener que despedirse sin percatarse de que algo sucedió. Así como miramos emocionados el rastro de la estrella fugaz en el cielo, aún sabiendo que no volveremos a verla dentro de muchos años o tal vez nunca, así te veo, así te espero, así te siento. Que breve y placentero me resulta recordarte. Ni siquiera venir al mundo representa tanta luz como nuestro pequeño instante. 
     ¿Por qué te marchas tan pronto? No tengo problema en decir adiós pero, ¿cuál es la prisa? No nos dimos tiempo de sentirnos, querernos ni odiarnos. Nos marchamos sin más, sin alterar nada en el espacio, sin sufrir lo insoportable de un quebranto verdadero, sin desgarrarnos el alma, sin quemarnos, sin sentir al menos la magia en un beso. De cualquier manera, tengo un sitio reservado en mi memoria, por si decides volver.
     Te digo adiós, aunque no lo desee, te digo adiós porque me falta vida para conquistarte, porque hay abismos y volcanes a los que debo enfrentarme justo ahora, porque inevitablemente no sólo pienso en ti. Que absurdo sería decirte que mi mundo eres tú, te mentiría. Pero sí te pienso, sí te sueño, sí te anhelo. Hay verdades que se esconden entre silencios, otras, como estas, que se gritan en papel, pero ninguna tan certera como la que vive entre tus ojos, esa que sólo yo he visto y jamás revelaré. Pobres diablos aquellos que no pueden verla, siento lástima por ellos. Poco importa, las almas pequeñas no perciben la grandeza. 
     Hay adioses que ni siquiera tuvieron una bienvenida, hay bienvenidas que se repiten apresuradas, hay prisas que no puede alcanzar el amor, hay amores que se apresuran a recibir un adiós... Me despido pero no me he rendido. Podrás creer que me he dado por vencido, podrás creer que en medio de tanta niebla he perdido las agallas y que no era el vencedor que juraba ser, que más que David resulté ser Golliat, que detrás de tanta palabra no hay más que sonido. Pero no. El último soplo está por venir. 
     Porque gracias a ti aprendí que el coyote no siempre devora al zorro, que los mejores sentimientos no viven sólo del amor, que aunque sea a cuentagotas, es mejor sentir contigo que amar sin ti, que entre el querer y el odiar hay un puente y vivir a tu lado significa jamás cruzar hacia ningún extremo. 
     Adiós.
     Adiós.
     Adiós.

     En un mundo de extraños, esto no es más que una bienvenida.







miércoles, 8 de marzo de 2017

El león dorado

"¿Cómo puede este silencio tener tantos decibelios?"
-ZPU

En medio de nubes tristes, árboles tristes, hojas tristes, apareciste. Llevabas conmigo mucho tiempo sin darme cuenta, como una sombra, una sombra llena de luz y sosegada. No entiendo cómo, cuándo ni porqué, sólo sé que cuando abrí los ojos estabas ahí, rugiendo a través de tus pupilas, cazando con la habilidad única de tus labios, saciando mi sed con el río que recorre tu espalda. Que hecho más curioso que encontrar un león entre el bosque, un león dorado, de melena centelleante y aromática, piel suave, veneno mortal. 
     El mundo entero no me creerá cuando les diga que ya no sólo eres rey de la selva, sino también del bosque, de la sangre y el corazón. El mundo entero no me creería si les dijera que pude acariciarte, que en medio de estos puños llenos de estrés y de histeria se postró tu figura, y que la explosión más grande de la historia no fue el Big-bang, sino aquella que surgió bajo mi pecho, en el instante mismo en que sentí tu respiración. El mundo entero no me creyó cuando les dije que tendría algo contigo; no es amor, no es complicidad, es simplemente un momento, un instante que no pertenece más a una línea de tiempo. 
     ¿Escuchas eso? Son los secretos de la naturaleza, aquellos que Adán y Eva se llevaron a la tumba, los mismos que transformaron a los ángeles en bestias y de los que Dios no quiere que sepas. Pero mira qué inteligente resultó el todopoderoso, que creó el lenguaje para que no escucháramos los silencios, porque es allí donde se guardan todas las respuestas. Por eso el diablo es igual de fuerte, porque ha sabido escuchar al viento, al fuego, a las brasas, al mundo mudo. ¡Nos han mentido, el amor ha nacido en el infierno! 
     Hay garras de las que uno no puede zafarse aún cuando se sabe prisionero. Yo no sabía cuál era mi destino, pero juro que cuando me sentí envuelto entre tus brazos, si me comías o me destazabas me daba igual. Padecer de tu calor es la fiebre más placentera. Ahí, entre el peligro, me sentía más seguro que nunca. Qué ironía, yo iba en busca de paz y terminé enganchado a un poderoso huracán, uno de hilillos dorados y desordenados, con pies, manos y lunares, con ojos, boca y perfume. 

     Entre anarquías y desorden, un puñado de gotas borró todo rastro de gloria, toda huella, cada pedacito de cielo, se perdieron en la transparencia. 
     Yo sólo estaba en busca de paz, y me encontré con la furia de un león.
     Yo sólo estaba en busca de paz, y me encontré con la furia del amor.
     Y sí, hay amores que aunque no se consuman, brillan más que cualquier tesoro.



viernes, 24 de febrero de 2017

Mujer eléctrica

Te conocí en tu dulzura ardiente. Miles de hilillos de miel resbalaban sobre tu piel blanca hasta convertirse en fuego, un fuego que no descansa e incendia todo a su paso. ¿Cuántas víctimas, dime cuántas, han perecido ante tus llamas? Y es que, a primera impresión, luces como una simple fogata, discreta y sosegada, de esas que auxilian las noches frías de unos cuantos vagabundos. Sólo es una imagen, las llamaradas mortales no tardan en aparecer.
     Pero todo ese resplandor se convirtió en relámpago. De la nada caminabas hacia mí, expulsando chispazos eléctricos. Todo a tu alrededor parecía convertirse en luz después de años de oscuridad. De no ser porque llegamos tarde a este mundo, habría creído que eras Dios. Tan blanca como la luna, tan delgada, tan resplandeciente, lo único que uno puede hacer, es recibir las descargas que de ti se desprenden. Un collar de esferas rodeaba tu cuello, era como ver un sistema solar, con el sol azul y los planetas a la misma distancia. Y mientras más te acercabas, más claro me quedaba todo, como el barco que en medio de la tormenta divisa el faro que le anuncia que ha encontrado su destino.
      Mujer eléctrica, tus ojos son el ámbar responsable de esta magia, magia que levanta a los muertos e hipnotiza a los vivos, que desaparece pensamientos, que adivina tus sentidos. Tus labios no son el infierno pero ya queman a la distancia. Te acercaste más y sentí cosquilleos en todo el cuerpo. En mis venas ya no corría sangre, sino cargas eléctricas. Te acercaste tanto que me convertiste en rayo, porque morí tan sólo un instante después. Te acercaste tanto que puede comprobar que la electricidad también tiene aroma.
     Era la primera vez que veía convertirse el fuego en electricidad. Como un milagro o como un desastre, fue que entendí que el amor también puede dejarte ciego.


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viernes, 3 de febrero de 2017

Sinsentido consentido

«Cuando lleguemos a ese río, ya cruzaremos ese puente»
—Julio César


Miedo. Cinco letras lo suficientemente poderosas como para acabar contigo. No necesita aliados, simplemente te carcome hasta dejarte quieto, te ata los brazos y piernas, te cubre los ojos, aprieta el cerebro y quema tus huesos. No te engañes, no lo hace para darte una lección. Lo hace para divertirse, porque le encanta jugar y más aún, porque le encanta ganar. Es el sinsentido más consentido de la historia; todos le ofrecen regalos aún cuando no lo desean. Lleva un costal lleno de amores cobardes que no se dieron una carta, un abrazo o un beso, que no fornicaron, que no huyeron juntos, que ni siquiera iniciaron. Lleva un millón de "Te amo" y el doble de "Te odio". Carga consigo las letras absurdas que no te animaste a publicar, la canción que jamás tocaste en la serenata que siempre quisiste dar, el folclor de un baile que se quedó encerrado en lágrimas de vergüenza, el lienzo inconcluso que no te atreviste a enseñar. Tiene incontables gritos de enojo y de rebeldía, golpes contenidos, portazos ahorrados y conciertos perdidos. Lo que más le encantan son esas historias que nadie se animó a vivir, esas que quedaron atrapadas en simples miradas a distancia, cómplices, en busca de un auxilio que les aparte de su rutina. 
     Tú no lo sabes, pero siempre se anticipa. Su arma más poderosa es el futuro, ese que aún no existe y que te empeñas en creer que ya es una realidad. Antes de empezar el juego, despista a tu mente; pone ante ella diversos caminos, de los que duelen y los que no. No le preocupa enseñarte aquella vereda que te lleva al paraíso, porque sabe que no la vas a tomar. Te la muestra, la pone justo enfrente de tus pies, la adorna con florecillas y frutos coquetos, sólo para que desconfíes. Entonces emprendes un viaje terrorífico —en el mejor de los casos— o simplemente no tomas ninguno —como casi siempre—.  Tú no lo sabes, pero ningún camino está cerrado. Todos, sin excepción, te llevan a tu destino. Pero mira que tontos e ilusos los humanos, que ponen trabas ellos mismos, que construyen muros para después quejarse de haberlos hecho, que crean arenas movedizas para atraparse en ellas, que crean trampas para caer ellos mismos. 
     Al miedo le gusta que esperes, que te quedes estático. Cada segundo perdido, para él es un segundo ganado. Le encanta ver tu rostro débil, ese rostro de estúpido e indefenso niño. No sólo te amarra el cuerpo, también hace nudos en tu garganta, envuelve tu corazón, te corta la lengua, te desgarra los músculos. Es un maldito criminal y lo premian por ello. Asesina a los "Perdón", secuestra a los "Te quiero", viola tu soberbia, desolla a tu odio. Te arranca la piel y en su lugar coloca una coraza, una máscara de cuerpo completo, una falsa imagen para mostrarle al espejo.
     Es el sinsentido más consentido de la historia, porque a pesar de que nadie lo quiere, lo siguen apapachando, lo siguen invitando a sus casas en una noche de películas, a las cenas con un anillo escondido, a la mesa familiar donde se guardan los cariños, al momento de una despedida reversible, a los gritos de sus jefes. Cuando estás por marcar un gol, aparece. Cuando estás por aventarte al vacío, aparece. Cuando quieres aprender algo nuevo, cuando quieres revolucionar, cuando no estás de acuerdo con el político, cuando vas a cambiar tu rutina, cuando decides abandonar tu carrera para dedicarte a otra cosa, cuando abres los ojos, cuando das el primer paso, cuando das los últimos, cuando decides quedarte solo... aparece.
     Si a pesar de todo eres de los valientes, de aquellos que han logrado vencerlo, te felicito. El Miedo es un buen perdedor y  poco le importa una derrota; al final, adora seguir jugando. Si eres de los valientes sigue luchando, no desesperes. Sigue con el brazo fuerte y aplastando lo que te impida seguir tu camino. El mundo es de los osados y de los prudentes. No te prives de dar un abrazo o un buen golpe. Haz las preguntas estúpidas que te aquejan (puede ser un "¿Cuánto es dos más dos?" o "¿Quieres ser mi novia?"). No hagas caso a los poetas melancólicos que fallaron en el amor, escupe todas las palabras de odio que no dices por "respeto", no hagas caso a tus maestros si te dicen que no estás hecho para tal o cual cosa, no hagas caso a las estadísticas que sólo hablan de mayorías, evita el contacto con los tímidos y blandengues, teje los caminos y no esperes que se abran, ponte obstáculos y derríbalos como entrenamiento, repítete que arriba de ti sólo está un cielo... y eso temporalmente.
     Si decides ser pasivo y te entregas a las esperanzas, si decides agacharte y obedecer, si decides deambular sobre los terrenos que alguien más ya trabajó, eso es problema tuyo. Es tu decisión y a final de cuentas también se necesita ser valiente para vivir así. Si quieres, espera. Si quieres, observa. Si quieres, quédate ahí. Sólo recuerda que de tanto esperar podemos sacar raíces.




lunes, 9 de enero de 2017

Laura

Entre al vagón. No había fallas en el tren pero aún así se tomó unos minutos antes de avanzar. Aproveché para caminar hacia el fondo. Mientras recorría los pasillos daba un vistazo a algunas personas en los asientos: el señor de traje negro, aunque con el rostro serio, luce feliz, lo sé por la leve arruga curvilínea que divisa a un costado de sus labios. La barba y los anteojos le dan un aire de licenciado, uno de esos fracasados que al fin tuvieron un día de suerte; la muchacha de la boca roja está inquieta, insegura. Quizá no cree estar bien arreglada o está por llegar a una cita importante. Seguramente salió sin permiso de sus padres, la profundidad de sus ojos indica rebeldía; el regordete de la izquierda está preocupado, el niño que sostiene su mando lo entiende y trata de animarlo con juegos inocentes; la anciana del bastón está ansiosa por llegar a casa (nadie le ha avisado que su viejo esposo ha muerto) y el idiota que está estorbando sólo piensa en pasar otro nivel de Candy Crush. 
     Es increíble la cantidad de mundos que hay en un pequeño espacio. Más increíble aún resulta saber que hay miles de historias que no conocerás jamás. Es una lástima, hay un montón de relatos escondidos entre cada par de labios que me gustaría escuchar... Un celular sonó y tan sólo unos segundos después cayó al suelo; detrás de mí la anciana del bastón miraba con la boca abierta y la mente perdida. ¿Una mala noticia? No me sorprende. 
     Seguí avanzando con mi libro en la mano. Algo dentro de mí me decía que ese escrito me traería buenos momentos. Después de todo yo también estaba inquieto, agitado por presencias invisibles, ido. Es uno de esos días en lo que tu cuerpo entero está en la espera de algo, con los huesos palpitantes y la piel fría, sin certeza de lo que el futuro le aguarda, pero convencido de que sucederá lo inesperado. "Como agua para chocolate", se leía en la portada. Llevaba mucho tiempo tratando de comprarlo. Ahora lo tenía en mis manos y si no había comenzado a leerlo era porque la sensación eléctrica en mi ser evitaba que me concentrara. Mientras caminaba di una rápida hojeada al contenido, tan descuidadamente que el libro cayó de mis manos. Me agaché a recogerlo y en el momento en que mis ojos se fijaron al frente, supe que era ese instante el que tanto había deseado.
     Piel morena como de cajeta, ojos grandes y labios delgados. Vestía una gruesa chamarra negra, una bufanda gris y unos pantalones deslavados. Los cabellos chinos amarrados en una cola de caballo y las manos pequeñitas que sostenían su teléfono. Hubo un brevísimo instante en el que nuestras miradas chocaron, y eso bastó para entender que estaba perdido. Perdido en un par de compuertas hacia algo tan misterioso como Dios mismo, tan peligroso como el demonio y tan fantástico como la vida. No, no, no. Esto es mucho más grave pero, ¿qué es? Sus ojos me observaron de nuevo, ahora desde una distancia más grande. No era una mirada de complicidad, pero intentaba decirme algo. "¿Por qué me ves? ¿Qué estás esperando para hablarme?", seguramente pensaba. Por supuesto, el hecho de que lo pensara no quería decir que lo deseara. Era más bien una intuición, un pensamiento entre lo deseado y lo temido.
     Salimos del vagón por puertas distintas. Ella, a paso apresurado se alejaba. No me esforcé en seguirla, pero mis pasos nos mantenían cercanos. Cuando caminaba movía las caderas de una forma espectacular, coqueta y exacta. No era una mujer de gran cuerpo, su cintura no reflejaba curvas sensacionales y sus piernas eran flacas, aunque bien proporcionadas. Desató su cabello dejando caer una grandiosa melena sobre su espalda. No sabía su nombre, pero la bauticé como Laura en honor a la escritora del libro que traía en manos. La rebasé evitando mirarla. Al pasar a su lado un viento caliente me abrasó hasta robarme una sonrisa. 
     Cuando volteé ella ya no estaba, pero la sonrisa seguía. 
    Es increíble la cantidad de mundos que hay en un pequeño espacio. Más increíble aún resulta saber que hay miles de historias que no conocerás jamás...


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Quiero llevarte al cielo en los brazos de un Agosto sin prisa, quiero sentir la brisa robarle al sol la sonrisa como lo hacía el abuelo...