jueves, 20 de abril de 2017

Alergias

Soy alérgico al polvo, ese que nace de poco usar la mente, aquel que se acumula en los proyectos abandonados y los sueños envejecidos. Me da tristeza ver como un deseo queda atrapado entre telarañas y podredumbre. Ese maldito polvo que se convierte en montañas, que se acumula y vuelve al cerebro un pantano, que no hace más que crear desechos mentales y basura cultural. Soy alérgico al polvo ajeno, ese que sale de entre el gentío y vuela con el aire, que rodea cada rincón de la ciudad, del país y del mundo. Soy alérgico al polvo de los genios, ese que surge de puro desperdicio de talento, como el que rodea a los libros en desuso, o a los lápices, o al pincel o a los botines de un danzante. 
     Soy alérgico al conflicto y a las discusiones sin argumento, a cada palabra que sale como un grito desesperado por tener la razón, al caos burdo y los silencios cobardes. Soy alérgico a las revoluciones populares, a las naciones de borregos y el pensar ciego, a la monotonía y las copias, a la falta de dureza y de convicciones, a la ligereza, a la poca firmeza y al titubeo constante. 
     Soy alérgico a los insectos, esos que te fastidian con comentarios ridículos y zumbidos fastidiosos. Me salen ronchas de sólo sentirlos cerca. Generalmente sólo buscan joder, el momento adecuado para aplicarte una picadura que te frene, oportunistas sin remedio. 
     Soy alérgico al fracaso. Una sola derrota puede tumbarme por un par de días y alterar el funcionamiento de mi cuerpo. Si caigo, el descalabro es casi mortal, me deja sangrando y con el corazón ardiendo, el rostro gacho y decaído. Pero también sirve como vitamina, una vez recuperado me levanto con mayor fuerza, como si hundirse en realidad fuera impulsarse, y mientras más hondo se caiga más arriba llega el vuelo. Soy alérgico a las victorias simples, aquellas que llegan sin mucho esfuerzo o como un regalo. Cada vez que llegan suelo expulsarlas en un estornudo, no por malagradecido sino casi como un proceso natural. Victoria sin lucha sabe a jarabe. 
     Soy alérgico a algunas fragancias: al hedor de la distancia rasguñando mi piel solitaria, al perfume del sonido cuando sólo quiero paz y al aroma de los sueños, que sólo son sueños y no más. 
     Soy alérgico al tiempo, y este es la alergia más letal de todas, porque sé que tarde o temprano, acabará con mi vida. 
     Soy alérgico a los amores pasajeros y sin embargo, es el mal que más me ataca. No muestra piedad pese a mi resistencia a que exista, no es mortal pero sí insoportable. Causa mucha comezón y bochorno y debo admitirlo, a veces es placentera. Soy alérgico a querer poco, a no sentir, a no sufrir, a no vivir. 
     Niña mía, soy alérgico a ti y sin dudarlo, moriría intoxicado entre tus brazos...

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Quiero llevarte al cielo en los brazos de un Agosto sin prisa, quiero sentir la brisa robarle al sol la sonrisa como lo hacía el abuelo...