jueves, 25 de enero de 2018

Mujeres y otras deidades (III)

Le agradaba su actitud temeraria. Le agradaba que no le tomara importancia a sus comentarios y la seguridad que imponía. Hubo un momento en que sus ojos atravesaron los suyos, nadie antes había logrado encontrarlos debajo de esa oscuridad que representaba un falso cráneo. Sintió miedo y admiración. "Será mejor que nos vayamos", le dijo. La condujo hasta el abismo, y una vez que la dejó ante sus puertas, salió con prisa para encontrar a Dios. 

     TERCERA PARTE: GÉNESIS


      Las cosas por aquí cambiaron desde hace ya algún tiempo Le decía el diablo La realidad es que hice las pases con Dios sólo un par de siglos después de nuestra pelea. Yo era un ángel ¿sabes? Solía disfrutar del paraíso universal, de sus paisajes y su dulce monotonía (ahora me resulta tan horrenda). Pero todo cambió cuando llegó Eva. Jamás existió Adán, por si te lo preguntabas. Eva era una de esas mujeres incandescentes, una mujer que sólo el humano puede crear, porque Dios hace mucho que perdió el arte.  Ambos nos enamoramos de ella; pésima decisión entre amigos.  Entonces yo carecía de poder y agallas, por lo que no me quedó más remedio que resignarme y partir. Pero ella, amante del caos y la lujuria, decidió visitarme en mi morada (que aún pertenecía al paraíso), se entregó completamente, en alma, en cuerpo, en muerte; para mí ya no importaba nada, Él tendría que admitir su derrota. No fue así, por supuesto. Me desterró pero no me limitó, pues pese a todo seguía valorando nuestra amistad que entonces parecía muerta. Creó el infierno y mi castigo era castigar. Él sabía perfectamente de mi bondad y de lo mucho que me dolería cumplir esa tarea. Más tarde, cuando nos reconciliamos, me permitió dejar de mortificar a quienes llegaban. Desde entonces llegan, buscan algo que hacer, se instalan y se dedican a morir. Te sorprendería saber que es más eficiente la no tortura para que se arrepientan de sus pecados. 
     Bueno, entonces supongo que iré a buscar algo que hacer.
     
     Con pequeños pasos apresurados se adelantó sobre el sendero serpenteado, siempre a poca distancia del demonio. Él, detrás de ella, observó su figura, su dulce y tierna figura. Le embargaron una ganas enormes de tomarla por la cintura, de abrazarle y sentir sus mejillas tibias pegadas a sus labios, de acariciarle el cabello y susurrarle al oído uno de los tantos poemas que escribía desde hacía siglos. 

     Sólo te advierto que nunca me voy a arrepentir de lo que hice en la tierra. Y de ser posible comenzaré a hacerlo aquí, en el infierno. ¿Tendrás lo suficiente para detenerme?Soltó una carcajada seductora y desafiante. Dio media vuelta mientras comenzaba a caminar hacia atrás. Sonreía con una tranquilidad tormentosa. En sus ojos podía verse lo increíblemente loca que estaba, era una mirada fija, a la espera del menor error para atacar. 
     Lanzó una última sonrisa, grande, blanca, pura. Tropezó y cayó al lado de un árbol.
     

     Sólo te advierto que desde hoy el concepto de infierno será cambiado dijo, mientras con las piernas expuestas comenzaba a jugar con su vestido. Con sutil brujería lo fue deslizando hacía su vientre, primero desde abajo y luego desde los hombros. Poco a poco su piel se presentaba al diablo; morena, candente, magnética. Sus manos jugaban, en un viaje que iba desde el cuello hasta los pechos, de los pechos al ombligo y del ombligo al orgasmo. Ella, sumergida en su placer, no se percataba del inmenso poder que ahora poseía. Sintió entonces una mano que se postraba sobre sus piernas, una mano fría a pesar del abismo en el que se encontraban. No quiso abrir los ojos. La mano misteriosa recorrió su cuerpo. El delicado contacto entre pieles parecía crear estallidos inconmensurables. Sintió una lengua humedecer su cuello, bajando en espirales hasta encontrar sus pechos, menudos y excitados. El objetivo era claro, se disponía a realizar el mismo viaje. Siguió su deceso por el surco del vientre, el verdadero camino hacia el infierno. Encontró el ombligo indefenso, profundo. Pequeños sonidos emanaban de su boca. No quiso abrir los ojos. Volvió a descender, una cuarta más abajo. Gritó alterada. El placer era infinito, ahora entendía perfectamente a Eva. Ahora deseaba también a Eva. No pudo evitar abrir los ojos, primero quedando blancos y luego volviendo. 
     Al situar su vista al frente vio al demonio sumergido entre sus piernas, como el caníbal que no ha sido alimentado en días. Detrás de él, Dios observaba. 

     ¿Quieres unirte? 
     No, quiero ser el único. 

     Un destello empezaba a forjarse en la palma de su mano derecha. "¡Hey, amigo!". Arrojó lo que parecía un tornado de rayos y centellas. El diablo, con una velocidad impresionante, se incorporó para recibirlos. "¿Acaso crees que sigo siendo el mismo ángel? ¡Ahora soy Lucifer, maldito bastardo!" aulló. Y soltó con furia una enorme bola de fuego brillante. 
     Todo se cubrió con un resplandor divino. 

 [...]

     «Dios ha muerto, querido». Escuchó Friedrich en la Tierra. «Dios ha muerto y no me arrepiento de nada».
     «Dios ha muerto», repitió Friedrich (La Muerte vuelta humano) en voz alta.

   






domingo, 21 de enero de 2018

Muerte y transfiguración (A mi abuela)



Siempre creí que el abuelo se iría primero y que, dos o tres semanas más tarde, la abuela también moriría de tristeza. Pero cuando aquella tarde al llegar de la universidad mi hermana me dijo con voz queda y melancólica "Asegura tus cosas, nos vamos para el pueblo", supe que me había equivocado. Pregunté con tranquilidad qué sucedía y ella, con la misma voz cicatrizante respondió: "Mi abuelita murió. Toma tus cosas y nos vamos". Yo, impasible, sólo logré soltar un "No puedo, tengo exámenes que presentar mañana". Me sorprendí tanto como ella, pero no planeaba cambiar de opinión. Me miró como con rencor y decepción, al tiempo que cogió su bolsa y salió del departamento con mi hermano menor. 

     Cuando, dos horas más tarde, me encontraba solo, comencé a llorar. No por mi abuela sino porque me imaginaba el profundo dolor que debería estar sintiendo mi madre. Y yo no estaría allí para apoyarla. Sin embargo yo me había prometido que si algún día algún familiar del pueblo fallecía, no descuidaría mis estudios porque de nada valía acudir a despedir a alguien que ya no estaba. Me pregunté entonces si el viejo estaría llorando. Es decir, jamás vi algo que demostrara el amor que seguramente se tuvieron y menos por parte del abuelo, que es un tipo más bien duro, con carácter de los mil demonios, pero quizá al saber que ya no vería más a su esposa toda esa armadura se haría pedazos. No fue así. Ni él ni mi madre arrojaron lágrimas. Tal vez porque su enfermedad nos había avisado ya desde hacía mucho; ya todos estaban preparados. 

     A veces el abuelo todavía pregunta por ella a causa de una supuesta mala memoria. "¿Dónde está tu madre?", le dice a mis tías. "¡Ay, señor! ¿No ve usted que ya se murió?", "Ah". Me gusta creer que más que por confusión y olvido, el amor que le tenía le hace negar su muerte. Me gusta creer que al final su armadura sí quedó destruida y trata de disimular la gran falta que mi abuela le hace. Es lindo imaginar que sufre por amor, que no quiere dejarla ir y alucina con su existencia. Ojalá tuviera razón.

     Esa noche, en medio de mi soledad, quise escribir para ella. Comencé poniendo: "Y más vale que Dios exista, y más le vale que la cuide y le apapache, que tenga un lugar reservado para su alma, que le sane las heridas y el cuerpo rasgado, que le devuelva la libertad que hacía tiempo había perdido, que la cobije entre sus brazos hasta que recupere sus fuerzas. //Más vale que Dios exista...    //Más le vale". No quise seguir pues me parecía que no era el momento. Recordé que cuando era niño, al ver a mi abuela ya con canas, pensaba en la reencarnación. Por aquél entonces ya comenzaba a dudar de Dios y su existencia. "Si algún día se muere -me decía- antes de que se vaya le pediré que me avise si hay vida después de la muerte". No pude cumplirlo. Luego pensé en la muerte. La muerte significa dejar de sentir. Supongo que con eso basta para creer que se está en el infierno. Dejar de sentir. ¿Qué cosa más terrorífica, no? 

     En fin, este no es un escrito para implorar a Dios que me la devuelva, para ser sinceros no la extraño y tampoco recuerdo ya mucho de su rostro. Pero sí recuerdo su bondad y cada uno de los detalles que tenía, así que, si esto no es una petición, es una amenaza. Más vale que Dios exista porque ella le entregó su vida, porque merece un pago en nombre de sus buenas acciones, de su ternura, de su lucha. Más le vale al muy cabrón, porque la muerte que vivió fue tan dolorosa, en nada correspondida por su vida de servicio. Al final espero que esto no sea su muerte, sino una transfiguración. Ella llegará a reemplazarte, desgraciado, tú no mereces ese puesto.

     Adiós, abuela. 
    Perdón por la tardanza.
    Y perdón por haber sido el único nieto que no acudió a tu funeral.


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Quiero llevarte al cielo en los brazos de un Agosto sin prisa, quiero sentir la brisa robarle al sol la sonrisa como lo hacía el abuelo...